viernes, 15 de febrero de 2008

Lo vi por primera vez

en la fonda de su madre.
Tenía hambre y buscaba algún lugar barato para comer entre las calles de esta colonia a la que recièn habìa llegado.
Entré y ocupé la única mesa del lugar. Su madre me recibió amablemente y preparó un guisado de carne con papas y cebolla.
Mientras comía lo escuchaba hablar, los bocados se volvieron pesados y tuve que hacer un esfuerzo enorme para tragarlos.
Entonces sentí miedo.
Tenía una voz gutural que torpemente salía de su garganta, sus manos se movían tanto que las moscas que se detenían a cagar sobre mi plato salìan espantadas.
Aquel pensaba que hablaba con su madre, pero yo la veía revolver la sopa y darle órdenes al mozo que limpiaba las migajas y rabos de cebolla que estorbaban por ahí. Él seguía hablando, ella, a veces, se quedaba viendo a no sé dónde, seguramente lamentándose, avergonzada en lo profundo.
Dejé el plato a medias. No quise verlo de nuevo. Le di a su madre un billete y me fui a mi casa.

Resulta que ahora estoy en un negocio de internet justo al lado de la fonda. Él ha entrado.
Sentado frente al monitor inicia su diálogo penoso. No! grita, ça ne se dit pas comme ça, ça se dit: Wir warten, die Waffe ist geladen.
Lo he visto, su cabeza trasquilada dibuja unas manchas oscuras.

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