
Antes, hace meses ya, frecuentaba un cafecito llamado Caligari. Luego fue triste volver y como era de esperarse no lo hice.
Desde entonces no visito cafés sino bares y cantinas (porque soy muy macho y me gusta escupir en el suelo y nalguear a las meseras).
Hoy, orillado por mi triste condición de persona-que-vive-sin-internet-casero, pensé que sería buen negocio visitar el starbucks que está a unas cuadras de mi casa y conectarme con el simple consumo de un café. Oh triste error, trágico destino.
Un café de contados 300 mililitros tiene el precio de un six de cerveza (nótese mi masculina comparación), café que sobra decirlo, estaba tibio y aguado. (aquí no haré comparaciones pero ustedes entenderán)
Bueno, tiene buena música, eso hay que reconocerlo, y pues la cercanía. Fuera de ahí todo es tan falso como la heterosexualidad del dammy.
Más o menos una hora antes de mi llegada terminé de leer La colmena, de Cela, y como ya lo había mencionado en alguna entrada pasada, él rockea.
Aquí debería de insertarse una poética cita de su autoría, pero el libro se quedó en casa, así que luego la pongo.
Frente a mi hay unos chicos que flirtean tomaditos de la mano, es una escena bella, él bebe un café con popote y él (el otro muchachito) le lee divertido unas líneas de un libro que amenaza ser el Quihúbole con, versión para hombrecitos, es decir el de portada gris.
Tengo mi carro de vuelta, le arreglaron un gran golpe que tenía desde hace años, todo por cuenta y gracia del seguro. Se acabaron los camiones urbanos y las cuotas del taxi.
Hasta pronto queridos lectores!